2.10.04

Interpretaciones, incongruencias & insoportabilidades

Preveo que en un tiempo indeterminado voy a ser alimentado por la teta del estado; sí, la cárcel parece algo muy probable en mi devenir.

Con esta perspectiva en mente, quiero aprovechar mi actual margen de libertad para mostrar mi discrepancia con la reforma del código penal; escribir lo que deseo.

Es fundamental que resalte que tiro piedras contra mi propio tejado –por usar una expresión al alcance de todas las mentes– pues nada me agradaría más que se financiara mi desarrollo literario –mi parasitismo en la CAM no se sostiene–.

En contra de lo que algunos mentecatos se empeñan en ignorar, la legislación se hace más restrictiva y recorta libertades, especialmente en materia de nuevas tecnologías. Que el legislador sea ignorante y se deje mal aconsejar no me extraña especialmente –se llega a legislador por voluntad de poder, nunca por buen juicio–. Que la imprecisión de las leyes se resuelva cada vez más desde la interpretación personal del juez de turno me parece una incongruencia; ciertamente para llevar a alguien a la cárcel los criterios deberían ser nítidos.

Cualquiera que me conozca me sabe usuario de p2p –oh, con qué gusto pirateo!–. Lo que nadie puede demostrar es que compraría cada canción, película o video que me bajo de internet en caso de no poder bajármela; demostrar lo indemostrable: he ahí un reto digno de un quijote.
Pero ya escribí de esto hace tiempo –más líricamente– y no soporto mi propia mente cuando me repito: este tipo de compras son puro fetichismo que se adoba con el mayor o menor poder adquisitivo de cada cual.
Apoyo mis palabras con mi última compra –arrebatadamente fetichista–: se trata del último doble de Marilyn Manson, recopilatorio de canciones –solo una nueva– y sus videoclips que ya poseía previamente en su mayor parte. Alguien inteligente debería pensar en estas cosas que estoy diciendo.

Sin transición –me limito a señalar los factores que estarán detrás de mi encarcelamiento–, llego al caso de la velocidad desproporcionada, que no puedo dejar de considerar sangrante. Por qué se permite a los fabricantes construir coches especialmente dotados para pulverizar sistemáticamente los obsoletos límites de velocidad? Queridos lectores, sí, mi actitud es desproporcionada –lo declaro impúdico–, mi Phyros se siente naturalmente cómodo en los 180 o 190 y alcanza, con escaso acicate de mi voluntad, los 220. Pero por qué puedo ser sancionado por conducir a estas velocidades si Papá Estado me ha permitido comprar el coche? Puede alguna mente preclara hacerme ver la luz oculta en esta mayúscula incoherencia? [Es conocida mi tendencia a la oscuridad y, por una vez, desearía que alguien paliara esta agonía mental derivada de tanta inconsistencia.]

Así, mientras llegan las revelaciones que cambiarán mi vida, manifiesto que voy a seguir violando la ley una y otra vez. Si paso un tiempo en la cárcel –apelo de antemano a su señoría para que la estancia sea prolongada– aprovecharé para escribir alguna novela y nuevas diatribas contra la puta máquina. [Sé escribir con la mente –guiño cómplice–.]

Queridos lectores, me disculpo por esta indecente confesión que supone una ruptura en el impecable y excelso estilo negruzco que me caracteriza... vayan con diosquenoexiste!



[Nota a los lectores: la permanencia de este post es discutible. Mejor dicho, se discute acaloradamente en este preciso momento: la voz literario-artística y la voz agresiva discrepan sobre la pertinencia de la permanencia; la voz de la autodestrucción sonríe satisfecha.]